Juliana y el Grupo Chaski: el soporte emocional de una generación

Rocío Valdez Huamán

Pensar en mi primer recuerdo del cine peruano es hablar de Juliana. La protagonista, cuyo nombre coincide con el de la película, era una niña distinta a las otras que se veían en la televisión nacional. Era decidida, fuerte, atrevida y valiente; características que llamaron mucho mi atención. Han transcurrido 20 años y siento que este personaje representó un refugio ante mis diferencias en cuanto a mi identidad como niña. Por ello, me atrevo a afirmar que esta película fue el soporte emocional de una generación que se identificaba con Juliana.

La película, una producción del Grupo Chaski, se estrenó en 1989 y, en la actualidad, forma parte de los clásicos del cine peruano. En su época, representó una mirada diferente de lo que se acostumbraba ver en el cine. Como peruanas y peruanos, nos empezábamos a reconocer en la pantalla grande, a identificarnos con los personajes que eran tan reales como nosotras y nosotros. Tenían nuestro color de piel y nuestra forma de hablar, habitaban en nuestros escenarios cotidianos, y hasta experimentaban nuestros mismos problemas. Gran parte de la audiencia se sorprendió con la historia de esta niña que se vistió como niño para sobrevivir a la Lima caótica de la década de los 80. Cantaba en los buses, vivía junto con otros niños en un espacio precario, había huido de su casa cansada de los maltratos de su padrastro hacia su madre, que no podía separarse de él porque «era ya su segundo compromiso».

La película evidencia el machismo, la violencia contra la mujer, la explotación infantil, entre otros problemas de la misma envergadura. A pesar de ser una ficción, tiene pinceladas de documental, sobre todo, cuando los niños cuentan sus historias personales en primer plano: historias difíciles que se supone que los niños no deberían vivir.

La actriz que caracterizó a Juliana es Rosa Isabel Morffino. En sus entrevistas, cuenta que, cuando tenía 10 años, vivía en un internado y fue invitada por el padre del lugar al casting, donde se presentaron 500 niñas, aproximadamente. Antes de finalizar su turno, interpretó una canción japonesa para encantar a los evaluadores, tal vez eso fue crucial para que la eligieran como la actriz principal. Era alguien que proyectaba una carrera brillante. Desde ese día, podemos decir que su vida cambió. Eso me hace pensar en ¿cuántas Julianas habrán existido en el Perú de esa época? Ahora, ¿habrá niñas como Juliana? ¡Claro que sí! Las vemos todavía en los buses.

A propósito de la vigencia de esta película, el año pasado se reestrenó su versión remasterizada a cargo de los miembros del equipo de Guarango Cine, quienes editaron fotograma por fotograma. El reestreno se realizó en el vigésimo tercer Festival de Cine de Lima PUCP, un cálido evento previo al lanzamiento nacional, en donde se homenajeó al Grupo Chaski por sus 25 años.

Con respecto al Grupo Chaski, es oportuno mencionar el valioso proyecto que vienen desarrollando desde hace 16 años: la Red Nacional de Microcines. Esta consiste en que las y los jóvenes de distintas comunidades del Perú se conviertan en gestoras y gestores culturales. El objetivo de la iniciativa es que registren sus memorias a través de cortometrajes, documentales y películas. Asocio este proyecto soñador con la frase que le dice el Loco a Juliana en el final de la película: «Uno puede soñar lo que quiere, total, la vida está hecha de la misma tela con la que se hacen los sueños». Entonces, me pregunto: ¿cuántas mujeres sueñan con ser cineastas?, ¿cuántas mujeres son directoras de cine en el Perú? Realmente pocas, y las que lo son no han recorrido un camino fácil, sobre todo, considerando que no hay una escuela pública de cine en el Perú. ¿Y qué sucede con las mujeres que aspiran a ser cineastas? La frustración y otras alternativas de profesión se abren paso. Ante esta ausencia, los microcines realizan un trabajo de base en 10 regiones del país al llevar sus talleres formativos de cine a distintas comunidades. En mi experiencia como gestora cultural, he conocido a mujeres maravillosas que quieren ser cineastas y lo están logrando, a duras penas, pero desde sus trincheras. Mujeres con sensibilidad social que quieren reflejar sus puntos de vista, problemas y soluciones ante la vida.

Así, hace un tiempo, conocí el microcine Chaski Nazarenas, ubicado en Ayacucho, el cual está integrado únicamente por mujeres jóvenes de la carrera de Ciencias de la Comunicación. En sus producciones, tratan temas como la violencia de género, la identidad de género, las relaciones afectivas saludables, entre otros. Entonces, me atrevo a creer que las mujeres podemos soñar con ser cineastas, aunque no sea fácil. En realidad, nada es fácil en la vida, por eso hay que intentarlo y seguir nuestros sueños, que no son solo nuestros, sino de las personas que nos acompañan en el camino y creen en nosotras. De estos proyectos soñadores y maravillosos, saldrán muchas Julianas, mujeres valientes, fuertes y lideresas.

Para finalizar, comparto un extracto de la canción de la película, cuya letra fue creada por las niñas y los niños durante las grabaciones: «Juliana, nos llama a todos, porque si luchamos juntos nadie nos gana».

Rocío Valdez Huamán. Socióloga por la Universidad Nacional Federico Villarreal, es gestora cultural en el Microcine Latincine. Produjo los documentales «Nicolás Torres y la fotografía popular» (2019) y «Mitus: memorias de Cajamarquilla» (2019).

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